Hace unos 2.500 años en la India, el príncipe Sidharta Gautama disfrutaba de los placeres que su padre el Rey disponía para él.
Los súbditos de la pequeña villa eran bellos y saludables. La comida, la música y el descanso eran abundantes. Sidharta no conocía el sufrimiento, pero el inquieto joven ayudado por uno de sus sirvientes se escapó un día y cruzó los altos muros del colosal palacio. Allí se encontró de repente con la vejez, la enfermedad y la muerte. Profundamente conmovido, decidió buscar el camino hacia la felicidad humana.
A los 29 años, dejó a su esposa e hijo y se internó en el bosque para aprender de maestros espirituales. Regaló sus elegantes atuendos a un mendigo y se convirtió en asceta. Pero, con su experiencia profunda lograba sobrepasar a cada maestro que conocía, aunque así y todo, no encontraba la respuesta a su inquietud de cómo eliminar el sufrimiento.
Durante seis años Sidharta meditó y meditó, ayunando rigurosamente, casi a punto de morir de inanición. Un día meditando bajo un árbol, divisó a un maestro de cítara que navegaba río abajo enseñándole a su discípulo con estas palabras:
"Para que el sonido sea óptimo, las cuerdas no deben estar ni tan flojas que no suene, ni tan tirantes que se corten".
Entonces Sidharta decidió dejar a los ascetas comprendiendo realmente cuál sería la dirección de su meditación: el Camino Medio. Así fue como un día, bajo el árbol Bodhi, vivió una profunda experiencia con la cual se alejó su ignorancia y entendió la lógica de la existencia – la Iluminación –. Desde ese momento fue llamado "Buddha" o "el Despierto". Sidharta Gautama, "el Despierto", viajó durante 45 años a lo largo de la India enseñando su experiencia liberadora. Su compasión y paciencia fueron legendarias y tuvo miles de discípulos. A los ochenta años, feliz y en paz, murió.
El Buddha poseía una notable capacidad de infundir esperanza, coraje y sabiduría, aunque la mayoría de las formas de práctica buddhista eran arduas y consumían tanto tiempo que sólo una pequeña minoría podía llevarlas a cabo.
Entre las enseñanzas que partieron de Asia central a la China y de esta a Japón mediante Corea, ninguna mereció tanto respeto y reverencia como el Sutra del Loto.